miércoles, 9 de abril de 2014

Dormir abrazando a alguien es mejor que dar vueltas en la cama hasta coger el sueño.

Empezamos a vivir en una burbuja, o al menos yo lo hice. No podía afectarme nada, y veía el mundo detrás de un cristal translúcido que moldeaba las formas exteriores a mi antojo. Es cierto que no era una realidad exacta, pero la ficción que vivía me hacía "algo más feliz".

El problema llegó al salir de mi refugio.
Cada paso que habíamos dado seguía marcado en el suelo, cómo si al tiempo se le hubiese olvidado correr y borrar como dicen. Se había limitado a dormir junto a mi, esperando que viese que todo estaba tal y como lo dejamos.

Las calles olían al gel de ducha que usabas, porque recuerdo que odiabas usar perfumes. En los parques la hierba donde nos tumbamos mantenían la forma de nuestros cuerpos abrazados y las últimas palabras que dijimos flotaban en el aire, buscándonos de nuevo para poder agarrarse y tener sentido.

Entonces recordé que había dejado olvidado tu nombre y sin darme cuenta fui a buscarlo. Lo grité, lo abracé y le dije al oído mil te quieros, pero tu nombre no eras tú.

Esa noche, la cama estaba más fría, el armario guardaba más monstruos y todo era "más" cuando debía ser "menos".

No dormí.

Dormir abrazando a alguien es mejor que dar vueltas hasta coger el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario