martes, 15 de abril de 2014

Florofobia.

Desde hace tiempo me he dado cuenta de que las margaritas han empezado a crecer alrededor de mis pies, haciéndome cosquillas entre los dedos, burlándose de las lágrimas que iban rodando por mi rostro.
Como enredaderas subían y subían recorriendo el camino de unas piernas, atándolas, haciendo un vestido con sus pétalos.
Tal vez algún día llegaran hasta mi cuello y tratasen de asfixiarme pero hasta entonces sólo buscaban que alguien las deshojara contando los pasos para encontrar el amor. Tan solo querían servir por primera vez de celestina que no acabase en fracaso, porque ellas son conscientes de equivocarse a veces, pero nosotros nos esforzamos en provocarlo.

Se arraigaron decidiendo que no volverían a moverse, que debía encontrar el "Sí, me quiere"

Así que una a una empecé a arrancarlas, mientras la mecánica se apoderaba de mi.

No me quiere.
Me quiere.
No me quiere.
Me quiere.
No me quiere.
Me quiere.

Y el azar me envolvió desde entonces.
Mi casa revuelta y el corazón patas arriba, intentando buscar un antídoto eficaz al crecimiento descontrolado de margaritas salvajes, mientras mi cabeza, adornada por mil de ellas cayendo por una cascada dorada, se aventuraba a un precipicio de sentimientos sin nombre.

Hoy los tallos han cumplido, y, ceñidos a cada parte de mi cuerpo, impiden que vuelva a moverme. Me recuerdan que perdí el tiempo deshojando margaritas en vez de buscarte y decir lo que esperaba escuchar de una flor.

miércoles, 9 de abril de 2014

Dormir abrazando a alguien es mejor que dar vueltas en la cama hasta coger el sueño.

Empezamos a vivir en una burbuja, o al menos yo lo hice. No podía afectarme nada, y veía el mundo detrás de un cristal translúcido que moldeaba las formas exteriores a mi antojo. Es cierto que no era una realidad exacta, pero la ficción que vivía me hacía "algo más feliz".

El problema llegó al salir de mi refugio.
Cada paso que habíamos dado seguía marcado en el suelo, cómo si al tiempo se le hubiese olvidado correr y borrar como dicen. Se había limitado a dormir junto a mi, esperando que viese que todo estaba tal y como lo dejamos.

Las calles olían al gel de ducha que usabas, porque recuerdo que odiabas usar perfumes. En los parques la hierba donde nos tumbamos mantenían la forma de nuestros cuerpos abrazados y las últimas palabras que dijimos flotaban en el aire, buscándonos de nuevo para poder agarrarse y tener sentido.

Entonces recordé que había dejado olvidado tu nombre y sin darme cuenta fui a buscarlo. Lo grité, lo abracé y le dije al oído mil te quieros, pero tu nombre no eras tú.

Esa noche, la cama estaba más fría, el armario guardaba más monstruos y todo era "más" cuando debía ser "menos".

No dormí.

Dormir abrazando a alguien es mejor que dar vueltas hasta coger el sueño.

miércoles, 2 de abril de 2014

Reacciones.

Respiras. Sientes el aire, cómo se escapa. Lo quieres de nuevo dentro, así que lo buscas inhalando, esperando encontrar aquello que se ha posado en las partículas de polvo.
El pecho se encoge, te asfixia. ¿Cómo vas a respirar si no hay hueco en tus pulmones?
Poco a poco vas ahogándote y aprietas los dientes.
Rechinan.
Vuelves a intentar capturar algo de oxígeno. Notas que va faltando. Temes no recuperarlo.
Comienza el dolor de cabeza.
Echas el cuerpo hacia atrás, esperando encontrar refugio en el respaldo del sofá.
Lanzas el móvil fuertemente hacia un lado.
Suena a roto.
Pero no ha sido el aparato, es tu corazón que se va parando poco a poco.
Aún así te preocupas. Revisas cada esquina y todo sigue intacto. La pantalla un poco rayada, pero es una secuela de la rabia anterior.
Empiezas a notar que el aire ya no pesa tanto, no es tan denso.
Abres la boca. Quieres gritar pero no salen las palabras. Ni ruido. No sale nada. Tal vez porque sigue ese vacío en tu interior.
La respiración se restablece. Vuelve la armonía.

Despacio, Lisa, hija de Nyx y Urano, se aleja de tu lado.

¿Eres tú?

¿Eres tú?

No, sólo es la luz que entra por la ventana y me recuerda que es otro día más que no te encuentra conmigo.
Y se marcha para dejarme porque solo se recuerda mejor.

¿Eres tú?

No, sólo es el olvido, que ha venido a llamar a la puerta y se encierra en el armario, con miedo a salir.
Y me deja llamándolo para que sustituya al recuerdo.

¿Eres tú?

No, sólo es el miedo que se ha agarrado a mi pierna, y araña mi piel cada vez que pienso levantarme de la cama.
Y se queda revolviendo las sábanas para que haga frío.

¿Eres tú?

No, sólo es la esperanza, que se ha dejado la puerta abierta antes de irse, dejando que entre todo ese aire nuevo.
Y sigue fuera, intentando que salga de mi escondite.

¿Soy yo?
No, sólo soy algo que se me parece, estoy rota y pegada tantas veces que incluso algunas piezas se han movido del sitio.




Y si soy otra, no hay por qué seguir llorando.

Uno.

Mira esos cristales.
¿Los recuerdas?
Nos reflejábamos al pasar de la mano.
Parece como si aún guardase la esencia de tu risa, tu forma de mirar nuestros dobles fríos.
Recuerdo que te gustaba pararte en frente y abrazarme por la espalda, para susurrarme: míranos, estás preciosa con este idiota queriéndote al oído.
Y ahora, sólo queda el reflejo de 'cada uno', porque seguimos siendo uno, pero individualmente.

Y yo me acostumbré a ser uno junto a ti.

Sólo esta noche.

Abraza de nuevo mi mirada, cómo si te perdieras cada vez que me sueltas. Y desnuda mi alma con cada caricia, retirando mis miedos a perderte.
Susúrrame que esta noche, sólo esta noche, está permitido soñar, para que así soñemos al compás cómo si fuera la última vez.
Para agarrar tus manos con fuerza y besarte, ya que vives en mis labios y no quiero dejarte ir.
Y si no queda sitio entre las sábanas, arrópate conmigo.

O tal vez, el alba despunte y todo siga tan vacío como desde que te has ido.

Una de trenes.

Veía tu mirada constantemente, en todos los andenes. Luego resultaba que no eras tú, y me tocaba buscarte de nuevo.
Cada momento se parecía a cuando me baja del tren y te abrazaba. Con la ligera diferencia de que ahora, sólo el aire respondía mi abrazo. Y tú seguías esperando en estaciones, pero siempre en aquellas en las que yo no me bajaba. 
Huíamos de la sombra del otro, cobardes que no se atreven a dar la cara y admitir que se echan de menos.
Hoy volveré a bajar en la parada donde rocé tus manos por primera vez, hoy, intentaré recordarme a mi misma por qué sigo buscándote después de tantos recorridos en vías que no me han llevado nunca a ningún sitio. 
Hoy, sólo espero que no vuelvas a confundirte de estación y me esperes, en el banco de la derecha con las ilusiones recién vestidas y una sonrisa apagada, cansada de seguir viviendo y gritando que alguien pueda rescatarte.




Sólo espero ser yo quién te abrace.

El amor es una competición.

"Tenemos todo el tiempo del mundo"
Pero no, ese tiempo se acababa, igual que se habían acabado las servilletas del cajón, o las ganas de seguir demostrando que nos importaba todo esto.
¿Qué hacíamos sino fingir?
Aunque las mentiras son bellas, porque ocultan la realidad que no queremos, y quizá fue por eso que nos aferramos a ellas con las dos manos, tirando y aflojando en un duelo de ver quién sujetaba más fuerte. 
Y el amor no es eso. 
Era una competición y yo estaba destinada a perderla.

Compás de uno solitario.

Yo era.
Era aquella disonancia, un intervalo de séptima en tu cadencia perfecta.
No había sido musa, pero mi blusa había dormido escondida bajo tu almohada.

Y creía que así el tiempo se acobardaría, y lo que era un compás ternario acabaría en un dos por cuatro, con voces homofónicas entonando a la vez la escala de Do Mayor, que sin alteraciones hacía más tranquilas las melodías de tu cuerpo.
Pero me quedé en un s t a c c a t o constante al pasar sobre tus cuerdas, porque no dejabas que avanzara, e inventé el compás de "uno solitario" para bailar mi suite sin pareja.

Y de fondo, una viola, que dicen que suena más melancólica. 

Ilusos.

Recuerda, justo al lado de la esperanza dormías arropada en los brazos de alguien desconocido cada noche. 
Allí dónde dejó de respirar el otoño que perdimos entre risas, creyendo que era un "para siempre" que iba a durar lo suficiente cómo para ilusionarnos. 
O tal vez quién se ilusionó fui yo, dado a que soy propenso a verme envuelto entre las palabras que salen de tus labios. Y no es tu culpa, te lo prometo, suelo embriagarme con tu aire.
También cabe decir que yo no perdí ese tiempo. Aún descansa entre mil recuerdos rotos en el fondo de un baúl con tu nombre.
El problema ha sido la duración de ese "para siempre". Es relativo el tiempo desde que no estás durmiendo conmigo, tal vez sea eso.
A fin de cuentas, tú destacabas por tu sonrisa y la proximidad a toda clase de besos con toda clase de personas, y yo, siempre excluido, había repasado con la yema de los dedos el brillo de tu pelo en más de mil y una fotografía.

Por eso, los ilusos como yo estamos destinados al fracaso.

El rito de los cobardes.

Suelo retrasar el reloj, así a la tristeza se le olvida que es la hora de venir a por mi, y tarda un ratito más, por eso no lloro justo al ver tus fotografías y sí al estar en la cama cubierta de sueños.
El problema es que, una vez retrasado el tiempo, las cosas no vuelven a su sitio, y quizá sea eso lo que te impide volver de nuevo, que ya no encuentras en qué hora vivo, o de qué segundo me he colgado esta vez, pero no puedo arriesgarme a no encontrarte si me quedo.
Decían que eras demasiado, que una vida conmigo no iba a llenarte lo suficiente, pero prometí esforzarme en ser mejor en todo para no acabar consiguiendo nada.



También dicen que es el rito de los cobardes, asustarse una y otra vez de lo que marcan las agujas, y huir constantemente de lo que se avecina.