lunes, 12 de mayo de 2014

Desiertos donde las flores crecen.

Creo que a pesar de haber formado una coraza, un muro interno que me ayudase a no pensar que podíamos llegar a algún sitio, a pesar de haber lanzado piedras al río o desear a las estrellas fugaces que no sintiera de nuevo nada por ti, esta vez también llegué a creerte.
Llegué a creer que los castillos se levantan con piedras de aire y no se derrumban nunca. También creí en los amaneceres infinitos, en los atardeceres que no llegan y que una simple palabra bastaba para hacer cambiar el color de un simple día.
Y quizá por un tiempo fuese cierto que existían y que yo era capaz de tocarlos con mis dedos cada vez que recorría tu espalda.

El amor que llega en forma de vendaval tal vez sea el peor. Es ese que te arrasa por dentro y descoloca toda tu vida sin darte cuenta de que un día tendrás que colocarla de nuevo, porque crees que ese día no llega, que es tan lejano como lo que crees que no llegará a hacerte alguien, y en ambos casos, está más cerca de lo que piensas.

Echar de menos quizá sea algo como lo que siento ahora, un hueco vacío que no puede llenar el humo del último cigarro que me queda, ni las palabras que intentas decir para convencerme.

No busco que me mientas de nuevo.













Saldré a la calle y miraré a la chica de la casa de enfrente a los ojos y sonreiré con la sonrisa más hermosa que pueda sacar. ¿Has visto el ramo de flores que venden en la esquina? Serán suyas.

Porque puedo llegar a inundarme de nuevo, para que no haya agujeros.
Se convertirán en desiertos. Desiertos donde las flores crecen.

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